“Había una vez una joven dietista-nutricionista que al finalizar su carrera y su máster de nutrición deportiva, decidió pasearse por todos los gimnasios de la zona donde vivía para ofrecer sus servicios, llena de motivación y entusiasmo.
Pero tras ir gimnasio tras gimnasio con toda su ilusión se dio cuenta de que en esos lugares no tendría futuro, ya que los dueños de la mayoría de ellos le cerraban la puerta en las narices y le decían con una sonrisilla chulesca: no, es que las dietas las hacemos nosotros…”
Podría ser un cuento corto, de esos con moraleja que se cuentan a los niños para que aprendan, ¿no crees?
La pena es que no es ningún cuento, es la realidad pura y dura. Una historia basada en hecho reales, los míos propios, y posiblemente los de otros muchos compañeros.
Pues sí, esa joven dietista-nutricionista de la historia soy yo, y la historia no es otra que mi experiencia desde hace un tiempo que decidí ir de un gimnasio a otro ofreciendo pasar consulta de nutrición, con lo cual las dos partes saldrían beneficiadas gracias a una colaboración mutua, en la que yo ganaría un dinero por las consultas que tuviese y ellos ganarían una parte de lo que yo ganase y el prestigio que podría darles el contar con una profesional de la nutrición en su centro.
El caso, es que al ofrecer esta propuesta a los distintos dueños y encargados de los gimnasios me topé de golpe con la realidad. Una realidad que ya intuía desde hace tiempo, pero que muy dentro de mí intentaba creer que era falsa.
Esa realidad es que en la gran mayoría de los gimnasios los propios dueños me decían sin pelos en la lengua que ellos mismo hacían las dietas (Intrusismo nutricional dicen que se llama esto ¿no?). Muy pocos me decían que ya contaban con nutricionista que les llevaba las dietas, el resto les faltaba reírse de mí en mi cara cuando educadamente me presentaba y les entregaba mi currículum para que viesen mi formación. De hecho, en algunos sitios ni siquiera quisieron quedarse con él, total, ellos, sin formación ninguna, ya se encargaban de ese trabajo. ¿Para qué les iba a interesar leerse el curriculum siquiera?
Quizá les hubiese interesado para darse cuenta de que yo sí soy dietista-nutricionista y que por tanto sí que estoy capacitada para realizar el trabajo que ellos realizan sin ninguna formación, arriesgándose a provocarles a sus pacientes (perdón, clientes, porque donde ellos sólo ven ganar dinero yo veo personas que pueden necesitar ayuda sanitaria) cualquier enfermedad o desorden, ya que sin la formación necesaria no se puede jugar con la salud de una persona.
De hecho he tenido la oportunidad de hablar con varias personas que me han comentado: “a mí en mi gimnasio me recomendaron unas proteínas que me daban unas diarreas tremendas”, “les decía que no quería una dieta para perder peso, sino ganar masa muscular, y me sacaban una dieta del ordenador con la que cada vez estaba más delgada”…
Y eso es lo que ocurre cuando no se tiene en cuenta los objetivos que busca una persona, el tipo de alimentación que lleva, si tiene alguna enfermedad, alguna alergia o intolerancia, sus gustos…Eso es lo que ocurre cuando el dueño del gimnasio, sin formación, decide jugar a “hacer dietas” sacadas de internet y acompañarlas de un sinfín de suplementos deportivos que tiene que vender porque va a comisión.
Eso es lo que ocurre cuando una persona, por el hecho de poner un gimnasio porque le gusta el deporte decide que ya entiende de deporte y de nutrición, y decide jugar a ser licenciados/graduados en ciencias de la actividad física y el deporte y licenciados/graduados en nutrición humana y dietética, dándoles a sus clientes una dieta y una tabla de ejercicios, igual para todos independientemente de las necesidades y objetivos de cada uno. Señores, ¿saben que hay que estudiar una carrera universitaria para ser profesional en ciencias de la actividad física y el deporte y otra para ser dietistas-nutricionistas? Pues parece que en muchos gimnasios de esto no se han enterado, o si lo han hecho les importa bien poco.
Pero lo peor de todo, es que esta situación se conoce desde hace mucho tiempo en España y al parecer las leyes aún amparan este tipo de prácticas y favorecen el intrusismo. Porque según parece, todo lo que no sea tratar una enfermedad mediante la nutrición se considera digamos “dieta por estética” y puede hacerla cualquiera. Y aun cuando se sabe que se están tratando a personas con alguna enfermedad, hay que demostrar que esa dieta se está realizando como tratamiento de esa enfermedad, de lo contrario sigue sin considerarse intrusismo.
Vamos, que para que puedas denunciar el intrusismo tienes que tener un folleto, un cartel, o una dieta donde quede claro que te están poniendo esa dieta para tratar una enfermedad (hipertensión, diabetes, obesidad…). De lo contrario se van de rositas y pueden seguir campando a sus anchas y poniendo dietas que en el mejor de los casos no tendrán ningún efecto en quienes las sigan, pero que en muchos casos pueden provocar una enfermedad, ser perjudiciales para las personas que las siguen. ¿De verdad esto no es intrusismo y no se puede luchar contra él? ¿Tenemos que seguir consintiendo que estas prácticas se lleven a cabo siendo conscientes (porque todos los hemos visto alguna vez) de que estas personas no están formadas para hacer un tratamiento nutricional?
Pues como sigamos así mal vamos. Como sigamos pensando que el dueño del gimnasio es un semidiós al que hay que adorar y seguir al pie de la letra aunque de ello dependa nuestra salud y las leyes sigan estando a favor de este intrussimo algún día terminaremos pagando las consecuencias.
Pero no pienses que esta historia acaba aquí, porque los dietistas-nutricionistas seguiremos luchando para defender la salud de la población, y haremos la competencia a estas personas de la mejor forma que sabemos: Informando, mejorando los hábitos alimentarios y de salud y siendo los mejores en nutrición, que para eso nos formamos.
Y colorín colorado, este cuento sólo acaba de empezar…